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Ellos
En medio de lo agreste, se esconden,
entre el hombre y el monte:
un páramo, un cerro, una roca,
una ladera suave, su esencia,
lo que queda de sus huellas, su paso.
Seguimos la senda del lobo.
Una vaguada sigue a un alto,
un zorro cruza el claro, mira,
espera nuestro siguiente paso.
Un corzo sorprendido, huye, salta,
corre pendiente abajo, cruza el arroyo,
chapotea, se pierde en el campo.
En un escarpe, las rapaces dejan sus rastros.
Mira las marcas, busca,
siente sus señales;
Unas piedras colocadas,
endeble refugio, precario lugar de descanso.
En una cueva natural, un pedazo
de cerámica, débil huella de su paso.
Un resalte elevado sobre el claro,
esas piedras alineadas,
algunas, reventadas por un árbol,
otras, caídas, derrumbadas en el llano.
Una tumba? Quizá.
La yerba crece entre los cantos
intentando ocultar su rastro.
Un manantial. Un muro de piedra lo rodea.
Lo más valioso, un sitio sagrado.
El círculo perfecto señala la casa
del guardián.
O tal vez la choza de un pastor.
reposo del protector, vigilante,
de los asperos rediles del ganado.
Aquí y allá, fragmentos,
simples, aunque cocidos,
humildes trozos de barro,
modelados por sus manos.
A cada paso un alma se eleva,
materia que fue, sutil, eterna,
se mantiene, etérea,
aferrada a cada planta y a cada piedra.
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