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La Piedra del Rayo
Sabemos, desde
hace ya muchos años, que nos alzamos sobre hombros de gigantes. Lo que decimos,
las explicaciones que damos sobre cómo funciona el mundo, se basan en toda una
tradición de teorías e hipótesis que fueron formuladas, lanzadas y
contrastadas, por los que nos precedieron, sobre las que, a su vez, se
construyen las del momento actual. El método científico es un sistema de creación
de conocimiento, totalmente contrastado. Las teorías, son cada día puestas en
duda, algunas rechazadas, y otras reforzadas, para generar, cada vez, mejores o
más completas explicaciones que nos acerquen un poquito más a la verdad, con la
desgarradora certeza de que esta, como un horizonte infinito, siempre quedará
un poco más allá. Y, sin embargo, consuela el hecho de que viajamos en una nave
común, en la que el conocimiento, es el resultado de múltiples contribuciones
explicativas que aportan piezas en el puzle infinito que intenta conjugar
teoría y realidad.
Y, sin
embargo, esto no siempre ha sido así. O mejor dicho, el método, el conocimiento,
ha necesitado ser creado y perfeccionado a lo largo del tiempo, ha tenido que
ir saliendo por sí sólo de la oscuridad, y aún hoy día, o paradójicamente,
quizá en estos momentos, cuando hablamos de la revolución de la información, y
todo está al alcance de un clic, persisten grandes bolsas de sombra de
ignorancia, que incluso crecen desafiantes, dentro de, o relacionado con, un curioso
efecto consistente en que cuando menos se sabe, más se cree que se sabe. En
este contexto, todo el mundo habla, y muchos se creen con el derecho, en lugar
de ser humildes y aprender; sin más bagaje que las redes sociales, o la lectura
de algún artículo o revisa pseudocientífica, a veces tras completar un libro de
autoayuda, a lanzar o apoyar explicaciones absurdas sobre el funcionamiento del
mundo, como la astrología, la parapsicología, la homeopatía, el terraplanismo o
el creacionismo, por ejemplo, en un retorno inexplicable al mundo de los mitos
y las creencias.
Evidentemente,
no todas las ciencias son iguales. Es decir, el objeto sobre el que se pregunta
determina de forma importante la fortaleza que puedan tener las teorías propuestas.
No es lo mismo el estudio de fenómenos físicos, que de un comportamiento, y
mucho más si se trata de sucesos que ocurrieron o funcionaron en el pasado y no
existen en el presente. Las disciplinas que tratan de comprender fenómenos
históricos se encuentran con la dificultad añadida de la pérdida de información,
a veces irrecuperable, producida por el paso del tiempo, y en el caso de la
reconstrucción de los sistemas culturales del pasado, y a través de ellos del
comportamiento o de la sociedad humana que los creó, nos encontramos con que el número de variables
implicadas en la conducta humana, es tan complejo que, unido a la pérdida de
información, pues la arqueología es una ciencia cuyo material de trabajo son
los restos que los seres humanos dejamos en el pasado sujetos a un mecanismo
conocido como conservación diferencial, y a nuestra incapacidad para observar
todos los datos o variables, hace que, en cierto modo, sea más difícil avanzar
teorías, o que estas sean menos fuertes. No obstante, los mecanismos que se han desarrollado a lo largo
del tiempo para conocer al ser humano en el pasado, formados por unas
metodologías científicas y un método o técnica, combinados con otras
disciplinas sociales como son la psicología, la sociología, la antropología, la
etnología o la historia, y apoyándose en disciplinas como la geología, la tafonomía, la
biología, o la genética, entre otras, han propiciado que puedan avanzarse
teoría e hipótesis suficientemente fiables o robustas.
Hubo un tiempo
en el que el dominio explicativo de los mitos y las creencias estuvo justificado.
Cuando el conocimiento se guardaba en cajas bajo siete llaves, y sólo se
reservaba para una élite, o cuando el contexto económico hacía imposible tener
tiempo libre porque todo él se dedicaba al trabajo para la subsistencia. Entonces,
las invenciones, las fábulas o las leyendas, eran las bases sobre las que
amplias capas de la sociedad interpretaban la realidad del mundo. Hubo un
tiempo en que, un campesino labrando su tierra, al encontrarse una piedra como
esta, con su característica forma apuntada, lanceolada o amigdaloide, tan
diferente al resto de cantos rodados que habitualmente retiraba del cultivo, en
un campo cualquiera de nuestras tierras toledanas, tal vez, habría mirado al
cielo, buscando una explicación, y habría recordado la última tormenta y aquel
rayo que casualmente había visto caer, en la lejanía, en el resguardo seguro de
su casa, justo en ese mismo lugar. Era, sin duda, una piedra arrojada por la
tormenta, una “Piedra del Rayo”, como podría subrayar cualquier "piramidiota" actual, aunque nosotros sabemos, gracias a la ciencia, que se trata de un bifaz, y que podemos decir muchas cosas, con sentido, de él (Ver próximo post)
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