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Mi biblioteca
Mi biblioteca es un poco caótica. Nada que ver con el orden, limpieza y pulcritud de una biblioteca pública. Cuantas veces intento ordenar los libros, éstos, como si tuvieran vida propia, acaban colocándose allá donde ellos desean. Y, sin embargo, cuando los busco, los encuentro. En mi biblioteca laberinto solo yo conozco los secretos. Un sexto sentido me permite intuir sus veredas, los vados y los desfiladeros que atraviesan los libros en sus movimientos, y dónde ubican sus campamentos de invierno. He conseguido dominar este cierto desorden, porque, a fuerza de la costumbre, conozco su comportamiento, sus preferencias, la charcas donde abrevan a la tarde, en los largos y calurosos días del verano. Lo salvaje y lo doméstico se dan la mano. Esa cierta confusión, me permite, de vez en cuando, reencontrar al azar una antigua lectura que ahora me sorprende y me atrapa, o un libro que quedó olvidado después de haber leído sólo unas líneas, y que, al redescubrirlo de nuevo, me parece un tesoro. Algunas lecturas necesitan un tiempo. Para poder verlas con otros ojos, precisan que acumulamos horas de libros, y años a nuestras espaldas. De vez en cuando, bajo un impulso incontrolado, hago que todo se ponga en movimiento, lo reubico y reordeno bajo un nuevo criterio, o en una nueva estantería. Tal vez eso me permite, en cierta manera, guardar la memoria de su geografía, refrescar mis mapas mentales, que es la forma de que esta anarquía funcione.
Pero todo tiene un límite. La biblioteca ya tiene ciertas dimensiones, y mis capacidades retentivas no creo que aumenten. Por eso, tal vez, es por lo que me han regalado el libro de la fotografía, y he entendido la indirecta, por lo que me propongo dar descanso a los libros, darles un hogar definitivo; espacioso, limpio y ordenado, aunque tal vez, ya no será lo mismo.
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