Nada más entrar en la terminal había unas colas enormes. Al parecer, habían coincidido en la llegada a La Habana varios aviones, y lo primero que hay que hacer nada más llegar es pasar el trámite de Inmigración. Por cierto, los amigos Juan y José Luis, que viajaban en Business, no tuvieron tanta suerte como en España, -jajajajaja-, cuando les dejaron pasar los primeros al avión. Las personas disminuidas o familias con niños pasan los primeros el trámite. Unos vigilantes de uniforme mantienen el orden en todas las filas, separadas de la ventanilla del trámite unos metros. Las personas que estaban delante en las filas se mosquearon un poco al vernos pasar y colocarnos delante de ellos. Nadie sabía por qué, pero todas las filas estaban paradas y no se realizó ningún trámite durante un buen espacio de tiempo, lo que colaboró a aumentar las colas. Luego los vigilantes de las filas empezaron a autorizar que se acercara la gente, primero las familias con niños, pero de uno en uno, es decir, el menor no podía pasar nada más que acompañado por un adulto.
Entregado el pasaporte, te miran inquisitivos y te indican que te coloques delante de una cámara web, rellenan sus documentos, ponen varios sellos y te dan el visto bueno, momento en el que puedes atravesar la puerta del control para encontrarte con otra fila, esta la del arco de detección. Después de dejar todos los elementos metálicos en las bandejas y a pesar de que no había habido ningún pitido, el vigilante me hizo alzar los brazos y rastreó con un detector mi cuerpo por delante y por detrás.
-Todo está bien, adelante. La persona que controlaba la cinta por donde va la mochila detectó un portátil y me preguntó que si llevo un laptop. -¿Qué? -Que si lleva un laptop? - ¿Qué? -¿Qué si lleva una computadora? -Sí, -y vuelve a pedirme ¡El pasaporte!-. Se lo entrego, comprueba el pasaporte y me autoriza a continuar adelante. -Todo está bien.
Nos dirigimos ahora hacia la recogida de maletas. Dos mujeres sentadas en unas sillas y mesa alta me llaman. -Si, Díganme?, -¿Eres cubano?,- No.- ¿Qué tal de salud? -Me quedo perplejo-, - Bien. Está bien, siga. - ¿Y Usted? Usted si es cubana (le dicen a Inma), - No,- Bien, sigan. No conseguimos saber qué es lo que querían las señoras.
En la cinta de maletas hay un montón de ellas fuera, en el suelo, entre ellas la grande nuestra, alguien se ha dedicado a bajar las maletas de la cinta, no sé con qué objetivo. La pequeña la recogemos en su lugar correcto.
Nos dirigimos hacia la salida y hay que escoge entre dos caminos. Si tienes algo que declarar por el de la derecha, y si no, por el de la izquierda. Escogemos el de la izquierda porque no llevábamos nada. Al girar a la izquierda al fondo ya se veía la gente que esperaba, una muchedumbre. Un último estrechamiento y una persona que se encontraba justo antes de atravesar la puerta revisa la etiqueta de la maleta y me pide el pasaporte con una voz enérgica (¡otra vez!), lo revisa, me mira y me manda avanzar. La niña viene un poco detrás con Inma. - ¿La niña es suya?, (le pregunta),- Si. - El pasaporte, -pide-. Me tengo que volver y sacar los pasaportes que llevo en la mochila. Se los entrego, nos mira. Y con voz enérgica de nuevo nos manda avanzar.
Por fin conseguimos salir a la sala de llegadas donde hay una multitud de personas esperando. Reviso los carteles que anuncian a quién aguardan y no veo el de la persona que nos tiene que esperar a nosotros. Me dicen que puede que esté en el otro lado del aeropuerto porque hay dos salidas. Me dirijo allí y nada, así que no nos queda más remedio que esperar a que salgan José Luis y Juan, que habían quedado en las colas de inmigración, por lo que tuvimos que esperar más de media hora, con Paula cansadísima tirada en el suelo. Al final vemos a José Luis junto a la persona que nos esperaba (Ernesto), pero Juan no aparece. Después de varias llamadas conseguimos contactar con él y resulta que estaba en la zona de maletas porque una bolsa que traía no aparecía. Después de otros quince o veinte minutos por fin apareció y salimos disparados del aeropuerto José Martí dirección a La Habana.
Los excesos de controles y la rigidez que existía en la zona de salida del aeropuerto (algo que se repitió días después a la salida de Cuba), afortunadamente no existe cuando uno se encuentra en el país, donde nos movimos con toda libertad por las calles de la ciudad. En todo caso, y si los cubanos quieren atraer a más turistas deberían considerar la posibilidad de flexibilizar los controles, algo que tendrán que hacer irremediablemente si no quieren bloquear el aeropuerto en el caso de que en el futuro aterricen más vuelos.
Los cubanos también necesitan mejorar las instalaciones de llegadas del aeropuerto, ya que es el primer escaparate que ven los visitantes del país, y la verdad es una terminal antigua y poco iluminada, lo que no da buena sensación, aunque sí te introduce de alguna manera en esa Cuba romántica que se espera encontrar, detenida hace cincuenta años.
Ya en los aparcamientos del Aeropuerto empezamos a ver los famosos coches clásicos cubanos, que nos sorprendieron desde el primer minuto, y no dejaron de hacerlo durante toda nuestra estancia en La Habana, ya que los hay de todos los colores, todos los modelos y funcionando, aunque la mayoría no presenta buen aspecto. A pesar de que pensamos que sería algo anecdótico o una atracción turística, la realidad es que es algo generalizado, están por todas partes, unos convertidos en taxis para los turistas y otros usados como vehículos particulares.
La carretera desde el aeropuerto hacia La Habana es oscurísima, algo que nos llamó poderosamente la atención desde esos minutos. La carretera no estaba en muy buenas condiciones, aunque según nos fuimos acercando hacia La Habana mejoró y apareció algo de luz, pero muy poca. Todo está en semi-penumbra. Sin embargo la gente circulaba por todas partes: por el lado de la carretera, atravesándola, o permanecían en el margen de la calzada esperando en grupo o en solitario, quizá a algún medio de transporte. Por la carretera circulaban pocos coches.
La luz más intensa que encontramos en el recorrido eran los bustos iluminados, en la Plaza de la Revolución, del Che Gevara y de Camilo Cienfuegos, junto al memorial de José Martí, que aparecía en semi-penumbra. Según nos acercamos al centro de La Habana la cosa no mejoró mucho, aunque tal vez hubiera algo más de luz, seguía sorprendiéndonos esa oscuridad que hay por todas partes, y la cantidad de personas que se encontraban en la calle.
El ambiente me recordó al Toledo de los años 60 y 70, donde la iluminación que había en las calles era la de algunos faroles muy espaciados con bombillas incandescentes de poca potencia, lo que daba un ambiente de semi-penumbra en esas zonas y de oscuridad total, si te separabas de esas líneas de luz y te adentrabas en otros callejones.
La percepción en cuanto a la iluminación, sin embargo, fue cambiando a lo largo de los días que estuvimos en la ciudad. Tal vez la retina estaba acostumbrada a la cegadora luz de nuestras ciudades actuales y reaccionó ante la falta de estímulo de esta ciudad que funciona a 110 voltios. Según fueron pasando los días, las zonas que nos parecieron oscuras al principio, a pesar de que seguían con la misma intensidad de luz, ya no nos parecían tan oscuras, e incluso se nos hacía agradable pasear con esa iluminación.
Nada más llegar al Hotel, Sonsoles nos estaba esperando para saludarnos y cenar algo, pero Paula, Inma y yo estábamos tan cansados que nos fuimos derechos a la cama, ya que aunque eran las 11’00, en La Habana tenían 6 horas menos, nos habíamos levantado a eso de las 8’00 en España y llevábamos en pie 21 horas.
A las 5 de la mañana ya estábamos despiertos. Nos pegó el jet lag de plano. Intentamos permanecer en la cama hasta que amaneció y nada más abrir la ventana de la habitación empezamos a disfrutar de los ambientes habaneros. La gente cruzando la calle por cualquier parte, circulaban los coches americanos y los bici-carros que transportan a turistas, se veían edificios monumentales por todas partes...
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